LLAMAR a las 23:15 de
la noche del jueves a un alto cargo público, con más de una década de
experiencia en la cosa, para comunicarle que al día siguiente va a ser cesado,
no son formas. Hacía falta una remodelación del segundo escalón del Consell,
pero por qué será que en los corrillos empresariales y sindicales (se organizan
y comidas y cenas de despedida, pero no para todos, claro), en los despachos de
abogados y consultoras que cada día se ven cara a cara con las capacidades
reales de esta nuestra Administración, el balance es preocupante. Y no sólo
porque se prescinde de personas clave como Román Ceballos, el hombre que ha
sacado las castañas del fuego a Camps y a Zaplana en EREs y convenios
delicadísimos, experto en legislación laboral, curtido en tribunales de
arbitraje a cara de perro, sino porque se mantiene a apellidos insustanciales.
Lo cual que algunos consellers han demostrado no ser conscientes del desafío
que tienen entre manos y Alberto Fabra ha transmitido el mensaje de que no se
conoce aún el quién es quién de su propio aparato de Gobierno. Mal asunto.
El PP se ha volcado tanto en las formas en la Comunidad
Valenciana que no encuentra el camino de recuperar el fondo. El despropósito de
las cargas policiales autorizadas por Sánchez de León así lo acredita. En
descargo de sus líderes, hay que reconocer que desde Madrid se lanzan mensajes
confusos, muchas veces en la raíz de anécdotas aparentemente fútiles.
Inspectores y subinspectores de Hacienda en Valencia apuran los últimos
expedientes antes de que el fraude del ladrillo prescriba, mientras la nueva
delegada les cambia de golpe a todos los muebles de los despachos. ¿Hay una
imagen más conmovedora de la batidora mental que nos gobierna?
Pues quizás sí. Andan los bufetes valencianos algo perdidos
en los últimos meses por lo que está pasando en la ciudad. A nadie se le oculta
el agujero que ha provocado en algunos la pérdida del sector financiero, que se
lo cuenten a Garrigues o a Broseta, aunque éste ha conseguido agarrarse al Frob
en CAM y Banco de Valencia. Pero claro, también está la Administración. Los
tiempos en los que Isabel Villalonga amenazaba a la mismísima Garrigues o a
Cuatrecasas con quitarle las igualas si redactaba una demanda contra la
Generalitat, qué momentos ¿eh?; o cuando llegó Gürtel y se autoimpuso la
exigencia de pedir presupuesto a al menos tres despachos, aunque el contrato
fuera de menos de 18.000 euros, porque sí, porque las formas son las formas; ¿y
esos borradores de ley y de reglamentos que se encargaban a los bufetes
externos pese al enorme equipo jurídico del Consell? Pues todos esos momentos
se fueron como lágrimas en la lluvia. “El problema es que con Fabra aún no
sabemos qué va a pasar”. Sea.
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