viernes, 9 de noviembre de 2012

Llegar a la orilla

CÓMO SE PRESENTA el final de año. Se agotan los cartuchos para cumplir objetivos y eso no siempre eso va a ser posible. Que se lo digan a los abogados de los grandes despachos, a razón de 600.000 euros de exigencia de facturación para los asociados y de un millón para los socios, unas cifras que rozan lo quimérico en Valencia, ni siquiera para los fichajes de última hora, la cantera humeante de Garrigues, de Broseta para el sector público («Rosa Vidal dice que se va a Canal 9 porque tiene vocación de servicio público, que sí, aunque cobrará mucho menos; le han dado una fama de perro de presa que no le viene nada mal»). Y, claro, los precios no son los mismos, y los plazos de cobro tampoco, y las tarjetas de presentación vuelan, ziu, ziu, como pelotas de tenis, arte en el que ya se ha fajado, para frustación de sus competidores, el ex vicepresidente Vicente Rambla, en Cuatrecasas. Y ojo con las áreas de auditoría. Ahí está Deloitte, recuperándose del hachazo tras perder a sus principales clientes, cajas y Banco Valencia, y con ellos, las participadas.
Para llegar a fin de año con la mayor dignidad posible, los bancos se han lanzado a vender casas, que mejor en el mercado que en el banco malo. Y descubren que empieza a haber compradores. Una hora tardó BBVA en colocar nueve viviendas de 200 metros de los antiguos Juzgados al rebajarlas de 1,6 millones a 700.000 euros. Y así. Pero el grifo del crédito sigue cerrado y no todas las empresas tienen garantizado alcanzar a tiempo la orilla del 2013, en el que muchos empiezan a olfatear el cambio de aires. Ni siquiera firmas de prestigio tecnológico, como Celartia, en concurso de acreedores. Al productor de paneles fotovoltaicos Siliken, hay que desearle suerte para que logre evitarlo.
Normal que emerjan posiciones maximalistas. Un destacado dirigente patronal, comunicó por carta la semana pasada a la consellera Català que se negaba a asistir a la presentación de su web de empleo, simplemente porque su federación quizás se vea obligada a despedir gente. Al menos tuvo el detalle de explicar su ausencia, fue de cara. Pero su gesto puede provocar un fuerte debate. Es difícil entenderse con un Consell que tiene a cuatro miembros dedicados exclusivamente a cobrar todo aquello susceptible de ser cobrado. A partir de ahí, algunos aplauden los esfuerzos de Fabra y culpan a los diputados del PP, incluido González Pons, del desastre de los Presupuestos (aún queda el Senado, ¿no?); otros dan por rotos los lazos y amenazan con ir por libre. En esa tesitura, ¿qué dirigente empresarial tiene capacidad para imponer unidad?

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