jueves, 3 de mayo de 2012

Sucursalismo

UNA DE las prioridades de Alberto Fabra después del Congreso del PP debería ser la de sacudir el enorme e inclasificable manto de administraciones en órbita, sacarlo de su onanismo y convertirlo en una maquinaria para atraer inversión y capital humano. Aquí cada uno hace la guerra por su cuenta. El Consell fía el futuro de la dársena de la Copa América a Rita Barberá. “Le hemos dicho que si nos necesita estamos a su disposición”, afirma alguien muy próximo a Fabra, “de momento no dice nada”. Mientras, la ciudad se vacía de sedes corporativas, delegaciones y ejecutivos. “Cuesta asimilar que Iberdrola Renovables pusiera su sede aquí, pero los directivos trabajen en Madrid”. Aún resuena aquella forma de definir a Camps que surgió, a modo de escritura automática, de labios del presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, en una reunión de accionistas: “es un martillo pilón”. Ahora cuesta no reírse. Que se lo digan a los ayuntamientos a los que Iberdrola no perdona los intereses de demora de sus facturas. Sin coordinación, todos a merced de los grandes. El sector citrícola, esplendoroso durante el siglo XX, pudo ser el centro del mundo en los 90, pero optó por la desunión y las guerras internas. Ahora anda sumido en una dinámica degenerativa que lo relegará a un papel sucursalista en el comercio global. Ese es el espejo. En la economía actual, los grandes sólo negocian con los grandes y… con los mejores. A Cataluña se le ponían los pelos de punta en los 80 con sólo oír la palabra sucursalismo. Hoy, Manuel Palma respira aliviado cuando FCC confirma que acudirá al plan de pagos a proveedores de Paterna. Y así. Sin plan estratégico, como sociedad nos pasará algo parecido a lo que han vivido la elite del mítico centro de cálculo de Bancaja, el Cemeco: supieron vía e-mail de Bankia que en unos días su destino iba a ser una sucursal. Y gracias por los servicios prestados. ¿Será la repentina fiebre privatizadora del Consell una apuesta estructural? Aunque lo nieguen en público, la sombra de la intervención está muy presente. El Palau de la Generalitat es consciente de que si se consumara la presión sobre Andalucía y Cataluña habría que presentar un manirroto en el lado de los populares. Los más optimistas confían en que no pase de ser un farol de Montoro, y así pareció confirmarlo el lunes Beteta. Pero el plan de reequilibrio ha sido escrito al dictado y, si éste no basta, sólo queda un plan B. Consiste en mostrar al Ministerio una alternativa: Murcia, una comunidad en situación similar, pero de tamaño mucho más accesible.

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