sábado, 9 de marzo de 2013

Vigilantes

SE EXTENDIÓ la sospecha de que los seis nuevos vigilantes de seguridad de la central del Banco de Valencia tenían la misión de evitar altercados ante el navajazo de las preferentes y las obligaciones subordinadas. No hay tal. Por más que sean muchos los trabajadores de la entidad afectados por esa quita salvaje y asimétrica, por más que hayamos tenido que soportar el espectáculo de inversores tratando infructuosamente de recuperar su dinero en Bolsa, a la desesperada, con un volumen de órdenes de compra que multiplicaba por 35 a las de venta, un último esfuerzo para escapar de las arenas movedizas («señor periodista, tengo 72 años, guardaba 36.000 euros y me quedan 5.400, ¿qué hago?») y al final 0,01 euros. Por más que exista esa realidad dolorosa, los seis nuevos vigilantes no guardan relación con el saqueo. Tampoco han aumentado las quejas por la implantación de facto de la política comercial de Caixabank en toda la red del banco, antes de hacerse efectiva la compra. Ni por el contenido de unas querellas que dejan estupefactos a muchos (¿se ha premiado al confidente quizás?). No, el caso no guarda relación con tantos ex proveedores molestos desplazados por los administradores del Frob, desde abogados de concursos de acreedores hasta persianeros y fontaneros de las promociones. Tampoco. Ni con ese escrito confidencial que habrían firmado los miembros del comité de dirección. Rien de rien. En realidad, los dos empleados de seguridad del banco de toda la vida, que se conocen al personal de los servicios centrales, necesitaban refuerzos para poner orden. Nuevos proveedores, empresas de servicio vinculadas a Caixabank, personas desconocidas entrando y saliendo del edificio, y usted quién es.
Una sensación así debe de experimentar el entorno del Palau de la Generalitat, que asiste impotente al saqueo de Valencia. Incapaz de crear un equipo de vigilantes de seguridad propio, se lo pone Montoro, que ya está él para tutelar, mientras la vieja economía sigue en proceso de descomposición. Alucinante la escena del conseller Juan Carlos Moragues en un almuerzo con empresarios: que si vamos a crecer, que si vamos a ingresar más... Los comensales no salían de su asombro. A la mayoría de ellos les debe la Generalitat hasta la respiración. «Estamos tan solos...» piensan los empresarios. Català porque no se moja, Císcar en manos de la política, demasiado grande el reto para Bonig... ¿Alguien dispuesto a arrimar el hombro a Fabra en Madrid y... en Valencia? ¿Y a Buch?

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