viernes, 15 de febrero de 2013

El hombre que hizo de sí mismo un lobby

Sucede que algunos líderes empresariales, en el momento de su relevo al frente de sus organizaciones, se resisten, les invade la sensación de que después de ellos sobrevendrá el caos, víctimas de una identificación insalvable entre su destino y el del cargo que abandonan. Arturo Virosque no fue ajeno a esos síntomas y hasta el último momento dejó abierta la posibilidad de presentarse, una vez más, después de 15 años de mandato, a la reelección como presidente de la Cámara de Comercio de Valencia, puesto desde el que ocupó la vicepresidencia del Consejo Superior de Cámaras de Comercio de España, en paralelo a su puesto en la junta directiva de CEOE desde 1981.
Virosque reunió durante toda su trayectoria institucional el perfil de dirigente tutor. Ejerció su peculiar tutela, consentida o voluntarista, sobre instituciones como Feria Valencia, el instituto valenciano de la mediana empresa (Impiva) o el Puerto (su delfín siempre fue Vicente Boluda); sobre políticos, como Francisco Camps, al que conoció cuando era un niño, solía recordar; y sobre empresarios de la Comunidad Valenciana, con capacidad de veto durante muchos años sobre los candidatos a presidir otras organizaciones.
Sentía como una responsabilidad personal lo que en realidad era un problema colectivo, y eso le llevó a protagonizar excesos, como su enfrentamiento público con un consejero valenciando de Industria, Justo Nieto, al que acusó de potenciar al mundo universitario frente al empresarial. No le faltaba olfato para movilizar a la opinión pública con frases punzantes para desgastar a aquellos a quienes consideró alguna vez rivales.
Virosque compatibilizaba esa cualidad con expresiones de admiración personal realmente explícitas hacia otras personas. Los que le trataban a diario conocían esa doble faceta de su personalidad, la del dirigente inflexible y lineal, y la del líder partenalista y curvilíneo.
Se consideró permanentemente empresario del transporte, un sector en el que se hizo un nombre en el negocio de las grúas. Siempre contaba que su empresa creció sin acudir a contratos públicos, sin deber nada a la Administración, cosa que solía causar controversia en el auditorio. Y le gustaba apostillar: «A diferencia de otros».
Desde la presidencia de los transportistas dio el salto al mundo cameral y no es extraño, por eso, que dedicara la mayor parte de sus esfuerzos a promover inversiones en infraestructuras de comunicación clave para la Comunidad Valenciana, como el AVE Madrid-Valencia, la salida norte del Puerto de Valencia, una obra en el aire, la terminal de carga del Aeropuerto de Manises cuya paternidad siempre se arrogó, o el Eje ferroviario Kiev-Lisboa.
Cuando abandonó el cargo en la Cámara de Valencia, los fondos propios de la institución contaban con 20 millones de euros, un colchón fundamental para hacer frente a la desaparición de las cuotas camerales. Esa cifra da la medida de su estilo severo y ortodoxo.
Recibió una institución en proceso de descomposición financiera, enfrentada a grandes empresas presentes en la Comunidad Valenciana, como Ford, por la polémica de las cuotas camerales obligatorias, y aplicó desde el principio una política de ajustes y contención del gasto con la que resistió la batalla y sentó las bases de la expansión durante los siguientes años.
Virosque fue vicepresidente de Bancaja, puesto que abandonó con un regusto crítico. En una de sus últimas entrevistas, expuso a este diario convicciones, y la moraleja tras sus aventuras: «Cuando he sido crítico con la Administración valenciana me han cascado y no me apoyaron ni los medios de comunicación».

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