lunes, 3 de diciembre de 2012

Salvamento doble en aguas de Valencia

Por una operación como la compra del Banco de Valencia por parte de Caixabank, aprobada esta semana por el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (Frob), en el mercado se paga entre un 5% y un 7%. Santander y BBVA lo han hecho en los últimos años (Bradford & Bingley y Guaranty Bank). La banca ha comprado históricamente depósitos para mejorar su balance y eso tiene un coste. Pero el precio esta vez ha sido llamativamente bajo: un euro.
En última instancia, la adjudicación va a suponer una inyección de 10.000 millones de euros en depósitos a la entidad que preside Isidro Fainé, además del trasvase de más de 350.000 clientes y 50.000 empresas. De la parte mala del banco valenciano, que tiene 22.000 millones en activos, ya se ocupa el Estado, con un esquema de protección de activos (EPA) descomunal y ayudas directas equivalentes a casi el 25% de los activos del Banco de Valencia, más del triple que lo otorgado a Sabadell para quedarse la CAM (7,5%) y a Bankia para sanearse (7,3%), y ocho veces más que lo requerido por BBVA para comprar Unnim (3,2%), como informó este diario. Y por si eso no fuera suficiente, Caixabank se queda la llave del control de Aguas de Valencia
La desproporción es tan evidente que el sector financiero no ha podido evitar hacerse una pregunta: ¿Estamos ante un simple regalo a Caixabank, o en realidad el Banco de Valencia constituye el teatro de operaciones de un plan más ambicioso, cuyo objetivo sería asegurar la viabilidad de la propia Caixabank?
Una lectura estricta de los resultados del test de estrés de Oliver Wyman conduce claramente a la primera de esas alternativas. Según las cifras proporcionadas a finales de septiembre pasado, la cartera crediticia de Caixabank ofrecía la mejor imagen de los grandes bancos españoles. Era la que menos sufría. Es más, en algunos aspectos tenía el doble de calidad que la de los gigantes, Santander y BBVA.
Incontestable, sí. Aunque en julio de 2011 la Autoridad Bancaria Europea (AEB) asignó a La Caixa unas pérdidas de 2.049 millones de euros en el peor escenario para el periodo 2011-2012 y de 1.903 millones a Banca Cívica. Ambas estaban entonces muy lejos de las expectativas para Santander (8.092 millones de beneficio) y BBVA (6.247 millones).
A pesar de eso, y del coste de comprar Banca Cívica (977 millones), Oliver Wyman dibujó en septiembre pasado un panorama mucho más positivo para Caixabank que para los gigantes. Según su informe, a la entidad de Fainé, le queda por sanear el 6,5% de su pérdida esperada, frente al 10,3% de Santander y el 10,4% de BBVA. Sólo están mejor que ella el Sabadell, que incorpora ya el EPA de la absorción de CAM, y Kutxabank, históricamente más solvente.
A juicio de Oliver Wyman, asimismo, en todos los capítulos analizados Caixabank ofrece un porcentaje de pérdida esperada inferior al de Santander y BBVA, es decir, su cartera crediticia es de más calidad. Todo un hito. El estudio considera en riesgo de pérdida el 37,6% del crédito promotor de Caixabank, frente al 40,9% de BBVA y el 44,2% de Santander; el 9,4% del crédito a empresas, muy por debajo del 14,8% de BBVA y el 11,7% de Santander; el 3,4% de las hipotecas, frente al 3,9% de BBVA y el 4,8% de Santander; y el 9,3% del crédito al consumo, menos de la mitad que BBVA (20,3%) y Santander (8,7%). ¿Es creíble?
De serlo, estamos ante un escenario envidiable, pese a que el volumen de exposición de la cartera crediticia de Caixabank es considerablemente superior al de sus competidores (243.962 millones, frente a 205.060 de BBVA y 213.583 de Santander).
De acuerdo con los datos de Oliver Wyman, en efecto, Caixabank era la mejor situada para quedarse el Banco de Valencia. Pero entonces, ¿por qué ha requerido y ha recibido un volumen de ayudas superior en 3,5 veces a las concedidas a Sabadell y Bankia y más de ocho veces por encima de las que recibió BBVA por quedarse un banco de tamaño similar?
Quizás todo sea más sencillo y la explicación esté en el grave deterioro de la entidad adquirida. En primavera, Isidro Fainé en persona analizó la operación Banco de Valencia y la rechazó, en efecto, por temor a los agujeros de gusano de su activo. Sociedades participadas que recibían créditos y prestaban o actuaban como avalistas de otras sociedades del banco. El rastreo daba vértigo. Así ha quedado patente en el trabajo de los técnicos enviados por Caixabank para estudiar la compra. «Son los que más tiempo han dedicado a estudiar las inversiones del banco», explican en el seno de la entidad adquirida.
Ahora ha trascendido la versión de que Fainé seguía reticente, pero formuló una carta a los Reyes Magos, que finalmente fue aceptada ante las fuertes presiones de Bruselas para dar una solución al Banco de Valencia o liquidarlo. Es una interpretación que encaja con la visión de Oliver Wyman.
En otras instancias se sitúa el foco también en la guerra accionarial en Aguas de Valencia.
Cuando se negoció la entrada de Suez Environement en el accionariado, el presidente del Banco de Valencia, José Luis Olivas, se reunió en Barcelona con Isidro Fainé, socio de Suez en Aguas de Barcelona (Agbar).
No faltan voces que advierten de que la relación entre Caixabank y Agbar no pasa por su mejor momento. La prueba sería la adjudicación a Acciona del emblemático contrato de Aguas del Ter-Llobregat, que suministra a 4,5 millones de personas del área de Barcelona, algo que no habría sucedido en teoría de haber intercedido Fainé a favor de su participada. La airada salida de Agbar del responsable de la operación, Leonard Carcolé, presidente de la Agencia Catalana del Agua, podría haber influido en el desenlace, así como la presunta proximidad del presidente de Agbar, Ángel Simón, al PSC.
Un divorcio entre Caixabank y Agbar añadiría intensidad al proceso que se abrirá en Aguas de Valencia, en efecto, pero fuentes solventes no dan credibilidad a ese supuesto. El equipo directivo de Agbar (propiedad de Suez al 75,3% y Caixabank, al 24,1%) está compuesto por profesionales procedentes de la entidad financiera; Simón no ofrece un pasado de entendimiento con Montilla; y Fainé no ha comulgado nunca con el proyecto soberanista de Artur Mas, lo que podría haber cerrado la vía política.
El futuro de Aguas de Valencia está marcado por la incertidumbre. Rita Barberá cumplió la palabra tantas veces dada en persona al presidente de la compañía, Eugenio Calabuig, y salió en defensa de una mayoría valenciana en el consejo de administración. Pero es previsible que el pacto que dé estabilidad a Aguas obligue a todas las partes a ceder. Es impensable que Caixabank acepte que Agbar siga fuera del consejo de Aguas de Valencia y es inconcebible que Barberá renuncie a un fuerte protagonismo valenciano en la compañía. Calabuig, que hasta ahora ha mantenido una estrategia maximalista, es el problema y la solución. Si no cede, no faltan candidatos a relevarle.

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