jueves, 13 de diciembre de 2012

Última noche

LOS CRONISTAS la definieron como la gran noche de Patricia, pero sin saberlo era un estilo de hacer negocios y de enturbiar amistades el que vivía su última velada gloriosa. El castillo de arena empezaría a descomponerse en cuestión de semanas, pieza a pieza, hasta quedar en el irreconocible estado actual. El 6 de febrero de 2009, la Falla Convento Jerusalén celebró la exaltación de su fallera mayor, Patricia Esteban Martínez, esposa de un empresario vasco con fuertes raíces en la Comunidad Valenciana, Jesús Salazar, que acudió a la cita vestido de torrentí. Como mantenedor, un famoso de la economía nacional, el presidente de la CEOE y del Grupo Marsans, Gerardo Díaz Ferrán. Y entre el público, vips de relumbrón venidos de Madrid, desde el jefe de la Casa Real, Alberto Aza, hasta el ubicuo Arturo Fernández, o el todavía presidente de CajaSol (hoy Caixabank), Ángel Fernández. Amén de la crème de la crème local. Todos fabulosamente comandados por Jesús Barrachina, desde hace poco ex presidente de sus conocidas empresas de restauración, ahora dirigidas por su hijo. El resto de la historia es conocido: Salazar fue expulsado del Grupo Sos dos meses después y se pasea por la Audiencia Nacional, Díaz Ferrán protagoniza un escándalo judicial y Aza ya no está. En cuanto a muchos de los empresarios locales presentes... bla bla bla.
Quizás aquella podría señalarse, en efecto, como la fecha en que comenzó a desmontarse la gran mascarada en que vivió la Comunidad. Allí estaba Díaz Ferrán, que nunca tuvo feeling con los empresarios valencianos de la patronal, mientras el opaco Ángel de Cabo, forjaba silenciosamente su leyenda. Abogados concursales y jueces hablaban ya en tertulias privadas de la afinada técnica del liquidador. La cosa consistía en hacer el favor a un empresario desesperado quedándose su sociedad por una cantidad simbólica. «Tranquilo, pierdes la empresa, pero podrás dormir». Los verdaderos perdedores debían ser los acreedores y las plantillas. El liquidador se asignaba un salario descomunal —ah, amigos, ése era el quid del asunto— con el que mes a mes iba consumiendo la tesorería. Al cabo de un tiempo, la empresa quedaba despatrimonializada, sin nada aprovechable. Ahora surgen daños colaterales, como las generosas cuotas anuales que han abonado ya algunos apellidos conocidos, clientes habituales del gimnaso del Hotel La Calderona, acreedor de Romymar, hoy clausurado.
Y por si acaso: En el patronato de Feria Valencia no se hablará del Palacio de Congresos. «No está en el orden del día y no se va a plantear». Consigna.

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