jueves, 9 de enero de 2014

Y si hablaran los exdirectivos de Bancaja y Banco de Valencia

LAS GANAS que tienen quienes formaron parte, en mayor o menor medida, de las cúpulas de Bancaja y Banco de Valencia de que se conozca lo que realmente sucedió en un grupo que ganaba dinero y que se malogró fundamentalmente por la nefasta influencia del mundo político, local y nacional —esos 2.000 millones fantasma que inyectó de más el Estado en el banco—, pero también por errores de gestión, no necesariamente exclusivos, algunos de sainete —cuántas operaciones se vehiculizaron por el trámite de urgencia, antes de pasar por consejo de administración, tal que el primer préstamo a Martinsa-Fadesa, ¡desde el coche!—.
Uno de los errores menos explicados consistió en pagar una comisión a los agentes de la propiedad inmobiliaria por cada hipoteca intermediada, una dinámica en la que se saltaron todos los precintos de seguridad y prudencia y que acabó contagiando a los directores de oficina. Algo muy similar sucedía en paralelo en Caja Madrid, se sabe bien. De pronto asomaron en la cartera hipotecaria porcentajes de población de alto riesgo inasumibles, y los informáticos levantaron la voz de alarma: con una subida del paro de apenas unos puntos la morosidad se dispararía a dos dígitos, y eso sólo en los primeros estertores de la crisis. Fueron nuestras subprime. Las spanish subprime.
La historia del sistema financiero perdido refleja todas las grandezas y las miserias de nuestra sociedad. Por eso merece ser contada. Pero en su integridad. He ahí la tarea de este 2014 en el que deben sentarse las bases de la regeneración sociopolítica y la recuperación económica valenciana. Muchos creen que habrá que esperar a que se produzcan condenas, si es que las hay finalmente, para que quienes custodian la información relevante, la definitiva, se decidan a hablar. Como todos los procesos se parecen, es una purga similar a la que se incentiva en Gürtel. Y la clave sin la cual no se debe pasar página es la conexión política.
Empresarios con décadas de experiencia no compraban suelo rústico a precio de urbanizado sin una promesa de recalificación, tanto del Ayuntamiento como de quien tenía la última palabra, la Generalitat. Lo hicieron, de hecho, precisamente por eso. Todos los protagonistas, algunos enemigos íntimos entre sí, recitan en reveladora coincidencia los mismos nombres. El de Alicante, el de Valencia, el de Castellón, el de Murcia o el de Madrid. Siempre los mismos nombres.  Siempre en los mismos lugares. Siempre las mismas empresas. Siempre el mismo partido. Demasiado pastel para Alberto Fabra si saltan.

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